domingo, 13 de marzo de 2016

El restaurante emblemático de Macuto: Las Quince Letras

La referencia gastronómica de mayor importancia que existió en todo el Litoral Central se llamó Las Quince Letras. Este bar restaurante, enclavado en un lugar privilegiado y con las olas del bravío Caribe constantemente bañando su farallón, fue el centro de reunión de todas las personalidades que visitaron el país, amén de la sociedad caraqueña que hizo de él su comedor favorito frente al mar

Seguramente Juan Pablo Nascimento Goveia, natural de Lombos de Salon, Calheta, cuando a los 14 añitos salió de su natal isla de Madeira para hacerse la América, como tantos miles de inmigrantes, nunca imaginó que con su restaurante Las Quince Letras lograría la fama que trascendió fronteras e hiciera de este local un lugar de culto permanente para los cientos de clientes, de todas las condiciones sociales y venidos de todas partes del mundo, quienes luego fueron sus amigos.

Este trabajador honesto a carta cabal, con trabajo muy duro, ahorro, esfuerzo y dedicación exclusiva se forjó un porvenir que le dio todas las satisfacciones posibles. Levantó una bella y también trabajadora familia junto a su esposa, la recordada Esperanza Thomas de Nascimento y sus cinco hijos: Juan, Antonio, Pablo José, Esperanza y Conchita, esta última lamentablemente falleció atropellada por un vehículo frente al restaurante.

El presidente Isaías Medina Angarita fue su amigo y en una ocasión le dijo: “Eres español, por qué no te has nacionalizado si vives aquí”. A lo que Nascimento respondió, “señor presidente, no soy español, nací en Madeira”. Medina le dijo, “no te preocupes voy a dar la orden para que te hagas venezolano” y a los pocos días se convertía orgullosamente en el primer portugués nacionalizado.

Este trabajador amó inmensamente a Venezuela y el país le correspondió con grandes y eternas amistades. Por su tesonera labor le confirieron la Orden al Mérito en el Trabajo en su primera clase y el gobierno portugués le concedió el honorable título de Comendador, entre muchos otros reconocimientos.

En 1948 Juan Nascimento, de ahí en adelante “Juanillo” que es como lo conocíamos, junto a su socio Ángel Fernández compraron la pequeña y sencilla fonda de comidas de doña Rosalía, quien la regentaba y preparaba cocina casera desde los años 20.

También adquirieron el restaurante y fuente de soda del Terminal de Pasajeros de La Guaira. En 1951 Juanillo se quedó con el solar llamado Las Quince Letras. Fernández permaneció en el Terminal de Pasajeros.

Este curioso nombre tiene un origen bastante remoto. Cuentan que en la época de la conquista, un galeón español encalló en las costas cercanas y uno de sus pasajeros, que tenía fama de cruel y malvado, se refugió en el lugar. El hombre no era de buenas pulgas y mantuvo pleitos sangrientos con todos los pobladores quienes en alusión a una frase de fuerte insulto, que recuerda a la progenitora del agraviado y se compone precisamente por quince letras, en lugar de proferir directamente la grosería le decían: “eres un 15 letras”, en alusión al malvado personaje, lo que significaba un fuerte insulto. De todas maneras, la frase “las quince letras” también está compuesta justamente por 15 letras.

Volviendo al negocio, el pequeño local estaba construido en una terraza junto al mar sobre el farallón. Juanillo hizo remodelaciones con la idea de instalar un buen restaurante, construyó una barra y dispuso de una cocina más amplia. Comenzó la fama de la buena comida, porque el boca a boca es quizás mejor que cualquier campaña publicitaria. Las cartas estaban sobre la mesa con el éxito asegurado.

Pero al llegar la dictadura de Marcos Pérez Jiménez invocando una ley de costas impuesta, que nadie cumplía, obligaron a derribar lo que con tanto esfuerzo había construido Juanillo. A pesar de la relación que este tenía con Esteban Chalbaud, hermano de Flor Chalbaud Cardona, esposa del dictador, ya que era padrino de Antonio, el segundo de los hijos de Nascimento, no se pudo detener la picota y destruyeron la construcción. El dolor de ver la demolición de su obra fue indescriptible. ¡Cómo era posible que también acabaran con el sustento de muchas familias del sector!

La tenacidad y fuerza de lucha de este madeirense fue superior, no se amilanó y rehízo su restaurante al frente, pasando la calle. No fue sino hasta el mandato de Raúl Leoni cuando revocaron la prohibición y otorgaron nuevamente el permiso para instalar el restaurante frente al mar.

Con la nueva construcción se hicieron la terraza y el comedor más amplios, lo que le otorgó un aire cosmopolita al lugar que dispuso de una cocina equipada con todas las comodidades de aquella época. El éxito siguió in crescendo y continuó la merecida fama por dos cosas fundamentales: la excelencia de la comida y el servicio más que eficaz de sus empleados.

Recuerdo al maître Benigno, persona muy jovial, quien era el alma del lugar. Los diligentes mesoneros Manuel, Agapito, Saturnino y Pérez quienes recorrían constantemente el amplio comedor con bandejas y carritos llenos de cremas de guacucos, sopas de tortuga, sancochos de pescado, angulas, langostas a la thermidor, coquilles Saint Jacques, pargos a la meuniére, zarzuelas de mariscos, la sublime paella, espaguetis a la vongole, meros a la vasca y el infaltable coctel de camarones con salsa rosada, muy de la época. El menú era bastante extenso con opciones de comidas para niños que incluía el azucarado fruit ponche.

Armando y Antonio, al frente de la barra, se convirtieron en expertos barman con memoria privilegiada para recordar de qué manera le gustaban los tragos a cada cliente, especialmente a los fijos. Por cierto, el mesonero de apellido Pérez era analfabeta y aún así era un eficiente camarero. En su comanda hacía una serie de jeroglíficos que solo él entendía. Para pedir la orden se la cantaba al cocinero y jamás se equivocó.

El extenso y variado menú

Manos expertas en el arte de la sazón pasaron por la cocina de estas 15 letras. Cocineros franceses, portugueses, españoles e italianos, pero los criollos como El Mocho Gil, Estrella, Brígida, junto a sus hermanas que les decían “las andinas” hacían delicias junto a Faustino y el chef Ramón.

Voy a tratar de ofrecer un resumen del extenso menú con sus precios exactos para el año 1964:
Por 3 bolívares se podía comer unas ricas sopas como la crema de guacuco o de apio, consomé de chipi chipi o una ensalada mixta. La sopa de cebolla gratinada, ensalada de palmito o un coctel de aguacates por 4 bolívares.

Sopa de tortuga, el sancocho de pescado, melón con jamón serrano, espaguetis a la vongole y el coctel de camarones, 6 bolívares, pero medio aguacate con camarones costaba Bs. 7.

El tournedo Rossini con verduritas, el filet mignon con champiñones o los medallones de lomito al Oporto estaban en Bs. 8. La docena de ostras Bs. 10. Si se trataba de los escargots bourguignon, un mero Cordon Bleu, a la vasca o en salsa verde, pargo, mero meuniere o chipirones en su tinta con arroz blanco Bs. 12. Pero la cifra aumentaba con una zarzuela de mariscos, el bacalao a la vizcaína o el lenguado a Bs. 14.

Lo más costoso para esa época eran la langosta a la thermidor y las angulas con ajo y ají al elevado precio de Bs. 18. Por supuesto, uno de los platos estrella eran la gran paella y su precio dependía del número de comensales.
Las porciones eran tan generosas que siempre alcanzaba y hasta se podía admitir a alguien más que llegara de sorpresa a la mesa sin temor de quedarse “corto”.

Los postres eran los más frecuentes de lo que servía en casi todos los restaurantes de aquellas décadas del 50 hasta comienzos de los 70: cascos de guayaba con queso crema, servidos con una galleta de soda a manera de rombo, clavada en el queso que retaba la gravedad; torta de guanábana o chocolate; peach melba, teñido a veces con un chorrito de menta verde; banana split en plato alargado diseñado ad hoc; huevos chimbos; fresas con crema. Todos los helados eran marca Efe y para coronar había crepes suzette.

En cuanto a las bebidas era popular la gran jarra de sangría preparada por los barman, deleite de toda la familia, incluso los niños a quienes correspondía las frutas que se les suministraba con una cucharilla. Una bien provista cava con vinos españoles, franceses e italianos y con los más variados licores importados los cocteles aseguraban servicio satisfactorio para los más exigentes.

Ambiente cosmopolita

Juanillo Nascimento fue un hombre muy jovial, de eterna sonrisa y de constante buen humor. Era un melómano empedernido y de manera autodidacta aprendió a tocar piano y violín. Tenía por costumbre que a las 6:00 de la tarde aproximadamente, se sentaba frente a su gran piano ubicado a un costado de la entrada e interpretaba las melodías que más le agradaban, en particular, Candilejas.

En ese momento con el inmenso mar Caribe al frente, el espectáculo del atardecer tropical y el ambiente musical, todo el salón se envolvía en una seductora atmósfera que lo hace imborrable. Esa y la espléndida comida eran la magia de Las Quince Letras.

Raúl Leoni y Menca Fernández de Leoni, amigos desde la juventud de Juanillo, se aparecían por allí cualquier día de la semana, al igual que Rómulo Betancourt. Ambos jefes de Estado llegaban con sus escoltas que se hacían invisibles para el resto de los comensales. En ese entonces reinaba la discreción.

En una época Juanillo tuvo un bar en la esquina de Romualda donde recalaban los estudiantes entre ellos Carlos Andrés Pérez, Jaime Lusinchi y Raúl Leoni, de allí su amistad con los futuros dirigentes políticos.

Es casi imposible nombrar a los personajes de todos los ámbitos, tanto nacionales como internacionales, que se deleitaron con la gastronomía y el ambiente únicos de este emblemático lugar. Los reincidentes se hicieron clientes fijos y amigos de la familia Nascimento Thomas.

Sería injusto no mencionar algunos nombres para dar una idea de la atmósfera cosmopolita e internacional que se respiraba cualquier día. En primer lugar las personas se “arreglaban” para salir a comer. Las mujeres con trajes frescos, vaporosos y escotados, algunas con pamelas a juego con el vestido, la cartera o los zapatos. Los hombres con trajes de lino muy tropicales en tonos claros y con sombrero de Panamá. El agua de colonia Jean-Marie Farina y las lavandas inundaban el salón que siempre estaba atiborrado de asiduos que esperaban una mesa el tiempo que fuese necesario porque no existía el sistema de reservación.

Toda la alta sociedad caraqueña de aquel momento pasó por Las Quince Letras, prácticamente no se concebía bajar al litoral sin comer allí. Reinaldo Herrera Uslar y Mimí Guevara Pietrantoni de Herrera eran habituales, así como su hijo Reinaldo con su esposa Carolina Pacanins Niño de Herrera. Sofía Imber y Carlos Rangel. Renny Ottolina se aparecía en moto y pedía la misma mesa frente al mar. Musiú Lacavalerie e Irene Mazzeo de Lacavalerie almorzaban con frecuencia ya que tenían una mansión frente a la Marina del hotel Macuto Sheraton al igual que Carlos Rhöll quien tenía una hermosa casa llamada Weekend en el Caribe. Musiú siempre tan ocurrente hacía chistes con los mesoneros.

La gran actriz dramática René de Pallás y su esposo el maestro y director musical Jesús Pallás Astorga, grandes amigos de los Nascimento al igual que Ivonne Attas, Amalia Pérez Díaz, Amador Bendayán, Aldemaro Romero, Billo Frómeta y José Álvarez Stelling.

Una pareja consuetudinaria eran William H. Phelps y Kathy Deery de Phelps quien con su marcado acento norteamericano le contaba a los hijos de Juanillo aventuras de la selva. Las familias Fleury y Ramia al completo ocupaban varias mesas. Alfredo Boulton que siempre visitaba a Armando Reverón en el vecino Castillete almorzaba con frecuencia allí.

Impresiona la lista personajes de fama internacional que comieron ahí. Artistas de cine, cantantes, músicos, pintores, políticos, testas coronadas como Margarita de Inglaterra. Fue un festín de caras conocidas. Entre ellas: Lola Flores “La Faraona”, Sarita Montiel, Mario Moreno “Cantinflas”, el gran maestro Rostropovich, Rudolf Nureyev y Margot Fontaine, Antonio el bailarín español, Rita Pavone, Silvana Pampanini, Claudia Cardinale, María Félix y la extraordinaria cantante de fados Amalia Rodrigues, amiga de Juanillo quien siempre la visitaba cuando viajaba a Lisboa.

El vecino del Castillete

Por su cercanía al Castillete de Armando Reverón, Juanillo y sus hijos entablaron gran acercamiento y profunda amistad con él y su musa Juanita Mota, quienes adoptaron un estilo de vida casi primitiva.

Todos los días le enviaba la comida totalmente gratis al Castillete. Le ayudaba a vender sus cuadros y le comentaba que estaban muy baratos, les subía el precio y luego le decía: “Mira viejo te conseguí más dinero por tu trabajo”. Cientos de turistas y visitantes americanos y europeos compraron cuadros de Armando Reverón. Muchos no sabrían el valor de lo que adquirían, pensaban que era algo “folklórico” o quizás lo hacían por ayudarlo, pero justamente estaban comprando obras maestras del que es considerado como el mejor pintor venezolano del siglo XX, ignoraban que esas obras se subastarían en casas como Sotheby´s a precios inimaginables. Esto da la idea que mucha obra del gran maestro Reverón está en los más recónditos lugares del planeta.

El recuerdo de un lugar tan emblemático como el bar restaurante Las Quince Letras, iniciativa de un laborioso madeirense que se vino hacer las Américas, degustar su gastronomía de primera, habernos deleitado con las puestas de sol escuchando Candilejas interpretada por el propio Juanillo y disfrutado de su bonhomía frente al inmenso mar de los caribes, que nos une a Madeira, región insular de la patria de Camoens, quedará perennemente en todos los que tuvimos la fortuna de conocerlo.










FUENTE: Alberto Veloz - http://elestimulo.com

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