lunes, 23 de enero de 2012

Las ratas se vuelven “azotes de barrio” en Anzoátegui

Hay dos sonidos que anuncian la llegada de la noche en Barrio Sucre: un tiro y una bolsa pesada cayendo al agua. El primero, alerta a una pareja de jóvenes tomados de la mano que prefieren seguir su rumbo. El segundo, a un par de ratas con el pelaje empapado que salen chillando de la corriente. La carrera de los roedores a través de matorrales, reaviva el pánico. Se cierran las puertas y se escuchan gritos ahogados. La gente ya no sabe a qué temerle más, si a los delincuentes o a las alimañas.
Después del 28 de agosto de 2011, día en que murió un adolescente de 16 años presuntamente por la fatídica “enfermedad de las ratas” –leptospirosis–, los residentes de la barriada de Barcelona se mantienen atemorizados ante otro posible contagio. Algunos optaron por criar gatos y comprar trampas, pero, según testimonios, el canal de alivio que atraviesa el sector se ha convertido en un nido. De hecho, los Betancourt, familia que sufrió la pérdida, viven al borde del cauce.

Donde hay basura y suciedad, hay ratoneras, de acuerdo a la coordinadora de Zoonosis del estado Anzoátegui, María Fernanda Mier. Sin embargo, no todas son portadoras de leptospira, bacteria que afecta a los humanos al tener contacto con la orina o las heces del animal, bien por ingestión de alimentos contaminados o por la presencia de heridas en la piel que la dejen expuesta a sus desechos fisiológicos. Contrario de lo que se piensa, no se transmite a través de mordeduras.

“La infección puede resultar mortal si no se trata a tiempo o si el enfermo tiene un sistema inmune muy débil”, explica Mier, pues ataca órganos como los riñones y el hígado. Al principio aparecen dolores de cabeza, fiebre, náuseas, vómitos, diarrea y conjuntivitis. Los expertos afirman que se puede confundir con otras enfermedades como la rubeola, el sarampión o el dengue. “Es recomendable hacerse una prueba en caso de sospecha, pero evitando precipitarse si no se han padecido ninguno de los síntomas”, aconseja la entendida en agentes zoonóticos.

El Instituto Anzoatiguense de la Salud (Saludanz) registró 30 casos en toda la entidad durante el año 2011, de los cuales 13 se reportaron en la ciudad capital. Según Mier, “es más común que se dé en zonas rurales, pero su presencia en las zonas urbanas ha aumentado por la alta densidad poblacional”.

Para la directora de Epidemiología en el estado, Judith Martínez, cualquier evidencia de la también llamada ictericia de Weil es alarmante: “No debería existir ningún caso si hay un buen saneamiento ambiental y las personas están educadas en la materia”. El año 2010 cerró con dos muertos y 25 infectados a escala regional, y 271 positivos en todo el país. La epidemióloga enfatiza que desde esa época, los organismos estatales de salud han intensificado las campañas de concientización.

Otro mecanismo para combatir un brote es desratizar. Mier admite que los últimos operativos para repartir veneno en comunidades anzoatiguenses, fueron realizados entre marzo y abril del año pasado, debido a que la sede de Salud Pública se quedó sin raticida. “En las próximas semanas probablemente nos traerán material desde Maracay”, conjetura la médico veterinaria.

Una bacteria en casa

“Lo que no mata, engorda”, es una de las frases que Isidra Betancourt escuchó decir a su nieto de 16 años en sus últimos días de vida. Los malestares comenzaron un sábado. El dolor en los huesos no le impidió salir a jugar básquetbol, como todas las tardes lo hacía. Sin embargo, el domingo de la semana siguiente, su familia se despidió de él para siempre en la capilla de una iglesia.

Nadie sabe a ciencia cierta qué comió el muchacho, dónde, cuándo ni cómo se contagió. Luis, su padre, especula que pudo haber sido el piercing: “Él lo usaba y luego lo dejaba en la mesa o en cualquier parte a la intemperie. Eso quizá ocasionó la infección”. Isidra, aunque no descarta que un perro caliente o cualquier comida rápida haya sido la causante, comparte la idea de que la bacteria está en la casa. Un mes y medio antes del fallecimiento, “Osito” y “Macutico”, dos Yorkshire Terrier, tuvieron una aparente muerte súbita.

La tarde del martes 23 de agosto, el adolescente fue remitido con urgencia al Hospital Luis Razzetti, desde el ambulatorio Martín Buffil del IVSS, por sospecha de dengue. Los exámenes que le practicaron el jueves 25, en efecto lo confirmaron. A pesar de las pruebas, una doctora se mostró preocupada por el cuadro del paciente. Pidió un análisis de leptospira. Los Betancourt lo pagaron en una clínica privada por ser el único lugar de la zona donde lo practican. A partir de los resultados, también positivos, el muchacho fue sometido a un tratamiento con penicilina.

Al joven le hablaron claro en todo momento. Luis se armó de valor para explicarle que una enfermedad muy delicada lo acechaba. Sólo una vez lloró. “Que el señor te proteja”, lo bendijo Isidra cuando lo vio con los ojos amarillos “como un resaltador”, en sus propias palabras. El hígado, la vesícula y un riñón se le paralizaron. Las plaquetas fueron en picada. El banco de sangre del Razzetti carecía de concentrados para una transfusión. Por medio de una amiga de la familia, consiguieron las únicas cinco provisiones que quedaban en un nosocomio de El Tigre, ciudad ubicada a dos horas de Barcelona. La encomienda llegó 15 minutos después del deceso.

El Instituto Nacional de Higiene analizó muestras de sangre del menor y desestimó que fuera leptospirosis la causa de su muerte. Pero aunque el test rápido pudo estar equivocado, “el paciente tendría que estar demasiado complicado para que una prueba de leptospira diera un falso positivo y eso generalmente no pasa”, refiere Mier.

Peligro por contaminación

Isidra siempre recordará a su nieto como un ángel. Era monaguillo de la parroquia Santa Lucía. “Parece un sueño que ya no esté con nosotros”, lamenta, cabizbaja. Los vecinos de Barrio Sucre y Boyacá I han expresado apoyo a la familia y, por otro lado, indignación ante lo que parece una cadena de negligencias.

Primero, la falta de embaulamiento del canal de alivio. “Tenemos que exigir acciones inmediatas a las autoridades. Hace un año se ahogó un niño allí”, rememora una de las habitantes afectadas. Segundo, la inconsciencia de quienes arrojan desperdicios al agua. “Es hora de tomar conciencia”, sentencia Julia Hernández, otra lugareña.

El peligro se vuelve más inminente por la cercanía de restaurantes al drenaje. Silvio Alzate, encargado de la pollera Rico Pío, tuvo que reforzar las medidas sanitarias. Todas las noches pone trampas para ratones en los alrededores de la cocina. A juicio del comerciante, “el problema va a seguir mientras esté el canal abierto, la maleza esté crecida y no fumiguen frecuentemente”.

FUENTE: Salvador Passalacqua (@spassalacqua) / http://noticiasdeaqui.net

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