domingo, 7 de noviembre de 2021

Crónicas de Anzoátegui: El Tren Perdido (+Opinión)

Por: Omar González Moreno - El transporte público en Anzoátegui no siempre fue así, un calvario que sufren los ciudadanos cada vez que tienen que trasladarse de un lugar a otro.

No siempre tampoco fue tan indigno, como eso de ir colgado de una puerta o dentro de la batea de un camión.

Anzoátegui llego a tener uno de los más modernos sistemas de transporte público y de carga a finales del siglo XIX.

En efecto, tal como lo reseña el portal "deguantasoy.com" comenzaba el año 1892 cuando entró en funcionamiento el ferrocarril entre Naricual y Guanta, que en su trayectoria atravesaba Barcelona y Puerto La Cruz.

Fue un sistema ferroviario completo que contó con cuatro locomotoras, cuatro coches de primera clase, seis de segunda clase, dos mixtos, tres vagones cerrados y seis abiertos para mercancías, además de 85 vagones para transportar carga con capacidad para seis toneladas cada uno.


Tuvo, además, estaciones para pasajeros a lo largo de sus 20 kilómetros de longitud, con dos grandes centrales, una en Barcelona y otra en Guanta, en la que estaban establecidas las oficinas de la compañía ferroviaria, además de la oficina de la Capitanía de Puerto.

También poseía una línea telegráfica, depósitos provisionales de agua para alimentar las máquinas y un completo taller de reparaciones.

Señala que la vía férrea entre Guanta y Naricual pasaba por 20 curvas sobre rieles de acero de 20 kilos por metro, que serpenteaba entre valles y colinas.

Cierto es que la historia de este ferrocarril estuvo ligada al descubrimiento y explotación industrial de las Minas de Carbón de Naricual.

Naricual, que es una de las seis parroquias del Municipio Simón Bolívar del estado Anzoátegui, antes de ese descubrimiento y desarrollo, era solo un asentamiento poco transitado a la vera de una quebrada que lleva ese nombre.

Se dice que el poblado de Naricual fue fundado en 1685; es decir que es uno de los más antiguos del estado Anzoátegui.

Sin embargo, su desarrollo se concreta cuando de manera casual, se descubre que su suelo es rico en carbón.

Cuentan que un indígena que hacia trabajos domésticos en la casa de un general de apellido Hardinguy, en la ciudad de Paris, Francia, le comentó a su patrón que en un pueblo llamado Naricual, cerca de Barcelona, en Venezuela, abundaban piedras como las que usaba para la calefacción de los hornos.

Poco después este general vino a Venezuela y en 1850 hizo estudios en Naricual que indicaron que el lugar ciertamente era muy rico en carbón.

Para ese momento, el General José Tadeo Monagas ocupaba la Presidencia de la República, quien al enterarse del hallazgo, se posesionó de las tierras, tras comprar por poco dinero la posesión agrícola de Úrsula Suárez, la principal propietaria hasta entonces de los terrenos de Naricual.

La historia dice que fue un inglés, James Spencer, el primero en considerar las posibilidades de exportación a gran escala del carbón de Naricual, para lo cual propuso la construcción de una vía férrea y un puerto, para que fuera viable económicamente la explotación del mineral.

Para ello, el 5 de octubre de 1871, obtuvo del Ministerio de Obras Públicas las concesiones de explotación, pero no pudo ejecutarlas porque no comenzó los trabajos de construcción del tren ni del puerto en el tiempo previsto.

Roto ya el compromiso con el inglés, la sucesión Monagas contrató los servicios de un comerciante de la época apellidado Leseur para emprender la explotación de las minas.

En ese momento ocupaba la Presidencia de la Republica Antonio Guzmán Blanco, quien sin sumar ni restar mucho, decidió repartir la propiedad de las minas de carbón de Naricual en partes iguales entre él, la sucesión Monagas y el comerciante J.R. Leseur, otorgándole un amplio poder para la explotación y comercialización de los yacimientos.

El 30 de mayo de 1881 el francés J. R. Leseur celebró un contrato con el Ministerio de Fomento, que lo autorizaba a explotar las minas, construir muelles en el puerto de Guanta y poner a funcionar un ferrocarril para el transporte de mineral.

Pero esta alegre repartición de la propiedad de las minas de Naricual entre funcionarios del gobierno y comerciantes tuvo otro bache.

No se percataron que antes, el 16 de febrero de 1881, un tal Teodoro Delort, otro francés, había recibido en traspaso un contrato donde el estado venezolano le cedía el derecho exclusivo de explotar todas las minas de carbón que existieran en Venezuela.

Como apoderado de la firma francesa “Societé Civile de la Cóte Ferme”, Delort suscribió el 20 de abril de 1882 con el Ministerio de Fomento otro convenio que lo autoriza a explotar Naricual y a construir el muelle y el ferrocarril, tal como lo estipulaba el contrato con Leseur.

El 27 de noviembre de 1885 Antonio Guzmán Blanco, firmó en París un contrato adicional con Delort que le garantizaba a su empresa condiciones ventajosas y recursos para la ejecución de las obras.

En diciembre de 1886 se habían ejecutado buena parte de las obras, pero fue la compañía inglesa “The Guanta Railways Harbour & Coal Trust Company Limited” la que terminó las obras del puerto, la sede de la aduana y los tramos férreos Guanta – Puerto La Cruz- Barcelona – Naricual.

El 15 de febrero de 1892 se abrió la obra al servicio público, contando con una elegante construcción de mampostería que era la estación principal para pasajeros.

La línea férrea atravesaba lo que hoy son los barrios Mesones, Portugal y Los Tronconales en Barcelona.

También pasaba por varios sectores de la parroquia Pozuelos de Puerto La Cruz, como las Colinas de Valle Verde, Las Delicias, La Caraqueña y Montecristo.

Lo mismo sucedía en Los Cocales de Guanta y hasta cruzaba la quebrada La Culebra a través de un puente de 12 metros para llegar al Puerto.

En la actualidad de ese ferrocarril quedan sólo vestigios como restos aún visibles de las vías férreas, túneles y voladeros.

Los terrenos donde antes existió la línea del tren se encuentran sepultados u ocultos entre viviendas, algunas de las cuales inexplicablemente fueron construidas por el propio gobierno.

Últimamente los pocos rieles y vagones que se conservan están siendo picados, como carros robados, para venderlos como chatarra.

Así la honda e indeleble irresponsabilidad acabó con el ferrocarril. Ahora lo llaman el tren del olvido, ese que lanza silbido de lamentos y humos de rabia. Chucu, Chucu, Chucu.

FUENTE: Artículo de Opinión

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