miércoles, 20 de julio de 2016

El chamo que vende dibujos en el Metro para ayudar a su mamá

Bryan* se sienta en las escaleras de la estación Plaza Venezuela, por la salida que da hacia el bulevar de Sabana Grande. Vende sus dibujos para comprar medicinas a su mamá. Tiene 14 años y su oficio lo ayuda a sobrevivir.

Bryan es famoso. Al menos por las redes sociales. La mayoría de los usuarios que llega a la estación de Metro Plaza Venezuela y camina el largo pasillo de salida hacia el bulevar de Sabana Grande queda sorprendida por la consistencia de su arte. Dibujos plasmados en hojas tamaño carta que van desde sus superhéroes favoritos hasta un calque de su mano izquierda en tres dimensiones. Los oferta en 300 bolívares. Primero los vendía en 150, luego en 250, pero “como la inflación va de la mano con los precios. Yo también tengo que subirlos”, comenta este joven de 14 años que sabe muy bien lo que es pasar hambre y necesidad.

El personal del Metro lo deja tranquilo. En parte porque conocen su historia y saben lo difícil que es para la mayoría de nosotros conseguir sustento en Venezuela. Luego, porque no molesta y los comerciantes que hacen vida en esta salida de la estación lo cuidan, aunque ha pasado sus sustos con quienes se intimidan por sus ventas. “El siempre se sienta ahí sin molestar a nadie. A veces está acompañado de un amigo. Tiene que competir con los pedigüeños y demás buhoneros que están aquí. Pero, para nuestra sorpresa, siempre le compran algo”, comenta Deisy Bracho, encargada de una perfumería artesanal diagonal a donde se sienta Bryan.

Estar en la calle tiene sus riesgos. Bryan lo sabe de primera mano. La policía no se mete con él. Pero a veces, otros vendedores de la estación lo molestan porque vende más que ellos. Él no cuenta estas historias, pero quienes lo han visto en el mismo punto desde hace seis meses, saben que ha pasado sus malos ratos.

Él no se amilana con las preguntas que le hacen sus clientes: ¿qué haces aquí solo? ¿y tu mamá? ¿tu papá? ¿tu familia?, y con paciencia budista les cuenta lo que aquí relatamos. Hace dos meses su mamá, de 43 años, se lanzó desde el cuarto piso de un edificio ubicado cerca de la torre La Previsora. Sobrevivió al impacto porque rebotó de una saliente ante de caer al piso. Ya no puede caminar. Bryan es hijo único, por lo que su tío -por parte de mamá- le pidió que se pusiera a trabajar para poder comprar las medicinas y los pañales que necesita su progenitora para el tratamiento. “Mi mamá tiene problemas con los nervios. No me cuesta admitir que nunca ha sentido mucho cariño por mí, pero igual yo la quiero cuidar”, confirma este niño con ademanes de adulto. Estudia en un liceo por La Vega y acaba de pasar a cuarto año de bachillerato. Cuando sea grande quiere ser contador.

“Me gusta sacar cuentas y tener control de mi dinero. Por eso, cuando me gradúe, voy a quedar en la Universidad Central de Venezuela y empezaré mi carrera”, comenta mientras varios transeúntes lo halagan por sus dibujos. Una señora se acerca y le dice que así empezó Walt Disney. “¿Sabías que él se pasaba todas las noches dibujando hasta que pudo hacer sus películas?” le cuenta y Bryan sonríe tímidamente y le pregunta si quiere llevarse algún dibujo. Se lleva dos.

“Aprendí a dibujar gracias a unas revistas que hay en el colegio. Ahí te enseñan cómo trazar las líneas, qué colores ponerle y cómo entrenar el ojo para el dibujo. Esto es un oficio para mi. No es mi futuro”, dice Bryan y a la vez le hace señas al amigo que lo acompaña todos los días. Su escolta no habla, tiene la misma edad que él, pero está pendiente de todo lo que hace. Cuando le preguntas si es familiar de él, o estudian juntos, no dice nada. Todo indica que son dos niños cuidándose entre sí.

La rutina de Bryan empieza a las cuatro de la mañana. Vive en Ciudad Miranda de Charallave. Tiene que pararse muy temprano para llegar al colegio. Allí se queda hasta el mediodía y a partir de la una de la tarde hasta las siete de la noche se sienta en Plaza Venezuela. Cuando tratas de profundizar sobre su familia activa todas sus alarmas. Vacila a la hora de decir si vive con alguien o solo. “Lo importante es que tengo más familia allá. Ellos están pendientes de mí a veces. Pero yo solo me cuido y si necesito algo puedo pedirle a mis amigos que me apoyen. Lo importante es conseguir comida y medicinas para mi mamá”, dice.

Aunque no obvia un detalle. Un elemento en su historia que podría interrumpir lo que está haciendo por su mamá: “mi tío no quiere que siga trabajando. Desde hace días no quiero hablar con él porque me amenazó con la Lopna (Ley Orgánica para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes)”.

“Yo vendo mis dibujos desde antes que mi mamá se lanzara. Claro, no venía todos los días porque me canso mucho. Pero ahora debo hacerlo porque me necesita”. Siempre tiene ropa limpia aunque un poco desgastada por el uso. Los zapatos deportivos que lleva hoy están raspados. Se ve que los tiene desde hace tiempo. Su rostro y sus manos están libres de manchas. Si lo ves, fuera de este contexto, es otro adolescente más. Otro joven venezolano que va a bachillerato y sale con sus amigos. Sin embargo, siempre tiene bajo el brazo su libreta de bocetos y una cartuchera con marcadores de colores.

No le gusta dar su número de teléfono o el de algún familiar. Tiene miedo de que lo obliguen a dejar de vender sus dibujos. Su historia suena real, convincente. Es la misma que cuentan todos los que lo conocen. Sus compañeros de ventas en el Metro: Bryan solo quiere ayudar a su mamá.

- Comprándole a los bachaqueros -

Para la Organización Internacional del Trabajo (OIT) no todas las tareas realizadas por menores de edad deben ser consideradas trabajo infantil. “La participación de los niños y adolescentes en trabajos que no atentan contra su salud, desarrollo personal ni interfieren con su escolarización se considera positiva”, indican en su página web.

En Venezuela, en la Ley Orgánica del Trabajo, se especifica que los adolescentes pueden trabajar legalmente a partir de los catorce años. Claro, con un permiso expedido por la Inspectoría del Trabajo en donde padres o representantes del menor afirmen que la actividad económica que realizará no atenta contra sus derechos fundamentales como acceso a la educación o salud. En los últimos siete años, en nuestro país, y gracias al trabajo de organizaciones no gubernamentales como el Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos (Provea), Fe y Alegría o el Centro de Investigación Social (Cisor) conocemos que en la mayoría de las familias venezolanas los miembros más jóvenes -menos de 18 años- tienen que salir a trabajar para cubrir las necesidades de su núcleo familiar.

A pesar que Venezuela firmó en 2014 la “Iniciativa Regional América Latina y El Caribe Libre de Trabajo Infantil”, en el marco de la décimo octava reunión para América Latina de la OIT, hoy en día no es inusual encontrar a niños y niñas vendiendo cualquier tipo de productos en las calles de Caracas -o cualquier ciudad del interior del país- o acompañando a sus padres en colas para comprar productos de primera necesidad (comida o medicinas).

Bryan no tiene ningún permiso. Y si bien su labor no afecta su horario de colegio, estamos hablando de un joven que duerme entre cinco a seis horas al día. Se levanta a las cuatro de la mañana para ir al colegio, sale al mediodía para trabajar de una a siete de la noche. Luego, debe regresar a su casa en Charallave, un trayecto que le toma al menos dos horas si se va en Metro y luego en el tren. Llega a prepararse algo de cenar para hacer sus tareas, más dibujos que pueda vender y finalmente descansar. A veces se dedica a vender sus dibujos todo el fin de semana.

“A mi mamá la hospitalizaron en el Pérez Carreño luego que se lanzó. La tuvieron ahí hasta hace unos días cuando mi tío decidió llevársela a una casa que tiene con otra de mis tías por la Cota 905. Me dijo que los costos en el hospital eran muy caros y que desde ahí la podíamos cuidar mejor. Yo compro las cosas que necesita ella a los bachaqueros de Quinta Crespo,” dice mientras saca cuentas de cuánto puede ganar a la semana. Si tiene buena venta puede sacar hasta 10 mil bolívares trabajando fines de semana. Si la venta es mala, no llega ni a los tres mil.

Un paquete de pañales para adultos en los bachaqueros, vendedores de productos en el mercado negro, puede rondar los cuatro o cinco mil bolívares. Y la mamá de Bryan necesita al menos dos paquetes cada cinco días. Eso sin contar los antibióticos y demás insumos médicos que debe comprar para cumplir con el tratamiento que la mantenga con vida. Además, también compra su comida a precios de oro en polvo porque “no tengo tiempo para hacer colas”.

*Todos los nombres en esta crónica fueron cambiados por seguridad

FUENTE: Jefferson Díaz - http://elestimulo.com

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