
De forma más simple, la mayor parte de la clase trabajadora, fundamentalmente la que tiene menos ingresos, realiza trabajos que no les gustan, ni les aportan elementos sustanciales para su realización espiritual ni política, y lo hacen porque necesitan dinero para comer y que coman sus hijas e hijos, y porque además tienen que pagar el alquiler, los servicios, la escuela, las busetas, etc.
Por esa sencilla razón se levantan de madrugada, soportan horas de trasporte colectivo (que no púbico) en pésimas condiciones y aguantan abusos de encargadas o jefes. Y también por esta razón luchan y se organizan por defender sus derechos.
Las mujeres que trabajan en los “Simoncitos Comunitarios” lo hacen también por estas prosaicas y apremiantes razones. Las tareas que ellas realizan no son “una colaboración”, ni son parte de su condición “natural” de mujeres o madres, es un trabajo asalariado en toda regla. Un trabajo mediado, además, por la más absoluta necesidad económica.
De forma poco afortunada para ellas, se usa el calificativo de “madres cuidadoras” en una relación laboral asalariada y esta utilización parece prestarse para desdibujar esa relación contractual y pasar por alto sus derechos laborales.
Y es que para las mujeres, ser madres no ha sido precisamente un privilegio. Casi siempre ha significado más trabajo, más sufrimiento y más privaciones. Y en el ámbito laboral, vuelve y se repite. Se usa el calificativo de “madre” para camuflar relaciones de trabajo en las que se han recortado los más elementales derechos laborales.
Pero las mujeres que laboran en los “Simoncitos Comunitarios”, que podrán ser o no madres, hijas o sobrinas, en su horario de trabajo son trabajadoras que deben estar amparadas por todos los derechos y deberes que se consagran en la Ley Orgánica del Trabajo, las Trabajadoras y Trabajadores, máxime cuando su relación contractual es con un Estado que apunta políticamente hacia el socialismo.
FUENTE: http://www.correodelorinoco.gob.ve |