Frente a la cárcel de Yare, a las 7:30 am del 27 de noviembre de 1992, el capitán Francisco Ameliach, junto al teniente Alejandro Maya, ordenó la acción más quijotesca a sus 29 años de edad: disparar unos morteros hacia esta prisión con el fin de rescatar al comandante Hugo Chávez y al resto de los revolucionarios involucrados en insurgencia del 4 de febrero de ese mismo año.
Los ánimos insuflados por los trinos de clarinetes bolivarianos empujaron a los dos hombres a dar el paso. Estaban dispuestos a salir de Carlos Andrés Pérez. Para ello se necesitaba a Chávez y los demás líderes en las calles y calzadas acompañado el levantamiento. Si no resultaba así, al menos la operación serviría como disuasivo frente algunas intenciones de ciertos custodios de asesinar a Chávez.
Horas antes, la madrugada de ese 27 resultó difícil para Ameliach. Dejar a su esposa y su niño de 2 años no fue nada grato. Pese al coraje y apoyo de su compañera, quien le colaboraba hasta con elementos logísticos, sabía que quizá con mucha suerte retornaría a ver a sus seres queridos.
A las 2:00 am Ameliach, su compañero Cesar Peñaloza, el sargento técnico de tercera Ronald Rangel y el profesor universitario José Jiménez –quien traía una filmadora- llegaron a bordo de un chevette alquilado a la alcabala de Yare. Solo portaban algunas pistolas y una escopeta.
Esperaban el armamento que Maya traería proveniente de La Victoria. Al tener el mortero 60 milímetros y las granadas aseguradas, a unos minutos antes de las 7:00 am, Ameliach pidió a Maya que lo acampará a iniciar los disparos hacia la cárcel desde una colina adyacente. A la primera detonación, la seguridad de Yare respondió con ráfagas de una ametralladora punto 50.
Las balas silbaban como enjambres metálicos. Impactaban en una casa de bahareque, donde se hallaban los dos hombres en el piso. Unos 70 metros separaban a los contrincantes. Los defensores del área sumaban casi 400 efectivos.
Tras el progresivo desmoronamiento de la casa producto de los disparos enemigos, y después de haber lanzado hacia el interior de la prisión el segundo explosivo, Maya gritó a Ameliach; “¡mi capitán, vámonos de aquí que nos van a matar!”, a lo que éste contestó: “¡nos quedan dos granadas más, vamos a darle!”.
Los revolucionarios sabían que allí no llegaría ningún avión aliado. Ameliach y los suyos trataron de hacer creer que las detonaciones provenían de alguna aeronave insurrecta, pero a la luz del día, ya estaban precisados por los cuidadores de Yare. La operación, sin embargo, estaba prevista para antes de que saliera el primer destello del sol. Los retrasos provocaron que todo se diera sobre la marcha.
DESDE LA VICTORIA
La misión real de Maya consistía en tomar la Escuela de Tropas del Ejército de La Victoria, controlar esta ciudad y asegurar el suministro de las armas para la operación de Yare. Se hallaba en Barquisimeto de guardia el 26 de noviembre cuando le informaron que la toma iniciaría al día siguiente.
“Al enterarme, le dije a un compañero que me cuidara la guardia porque iba a hacer una breve diligencia… Todavía debe estar esperando la guardia, porque me fui a la operación”, bromea Maya 20 años después.
“Me vine del Terepaima de Barquisimeto. Llegué a La Victoria a las 2:00 am. Me conseguí con mi mayor Lugo López y los sargentos que estaban sumados a la causa. Comenzamos el plan que ya estaba diseñado. Me dieron la terea de apresar al director de la escuela, quien en ese momento dormía”, rememoró.
Maya entró a la habitación del director a las 3:00 am. Al despertarse, éste se encontraba encañonado por los rebeldes. Los alzados dejaron unos custodios y sacaron todo el arsenal que había. Salieron en un autobús con 46 alumnos de la escuela rumbo a Yare. El resto del grupo quedó en labores de aseguramiento en el peaje de La Victoria, en una radio, entre otros puntos.
Ese año, Ameliach se desempeñaba como responsable de suministrar los alimentos de las tropas en Cumaná. No tenía comando. Unas semanas previas al 27, le habían entregado una casa en Carabobo. La familia se instaló de inmediato en el nuevo hogar. De ahí partió el capitán hacia Yare.
La toma de la cárcel no figuraba en la operación general. Los jóvenes alzados mantenían desde tiempo atrás una comunicación con el comandante Chávez mediante un radio escondido. Él no quería activar el plan; no obstante, los insurgentes lo convencieron de acceder a la posibilidad de rescatarlo.
MINUTOS DUROS
Ameliach y Maya escaparan de la colina donde lanzaron las cuatro granadas. El sargento Ronald Rangel (quien es primo de la esposa de Ameliach) los fue a rescatar con el chevette en medio de la balacera. Para salir de allí, todos aceleraron y frenaron hasta con las manos. De milagro lograron abandonar la zona caliente.
La tropa que llegó con Maya había tomado la alcabala frente a Yare, así como la de La Peñita. Los insurgentes decidieron, como a las 8: 00 am, sumarse a un asedio en la alcabala principal. Poco después llevaron a cabo otro intento de rescate, esta vez con un payloder que serviría como una especie de barricada andante.
La maniobra se dispersó cuando los guardianes de Yare dispararon un cohete AT-4, el cual impactó con la pala de la máquina, cuestión que evitó una mortandad. No obstante, resultaron varias personas heridas, entre ellas algunos universitarios que se habían sumado a los rebeldes. En uno de esos respiros una señora se aproximó a los bolivarianos a ofrecerles café. “Yo soy chavista, muchachos, rescaten a ese hombre!”, exhortó.
Por orden del mismo Chávez, la operación se abortó. Todos se replegaron. Ameliach, vestido de civil, partió hacia Maracay. Después pasó a Carabobo. En el trayecto hasta se subió a un camión que transportaba ganado. Más de una vez mostró distracciones fingidas al pasar alcabalas. Al cabo de unos días, volvió a Cumaná sin levantar ninguna sospecha.
JORNADA MEMORABLE
Han pasado ya dos décadas de esa jornada épica. Francisco Ameliach, Alejandro Maya y Ronald Rangel cuentan los pormenores de los hechos como si hubiesen ocurrido hoy. Al narrarlos, sus mirada adquieren matices de soñadores empedernidos. No es para menos: semejantes experiencias dejarán sorprendidas a sus generaciones, en especial a los niños y niñas cuya admiración por los relatos de aventuras permanecerá en el tiempo como la brisa.
FUENTE: Luis Tovías Baciao - http://www.correodelorinoco.gob.ve