viernes, 4 de noviembre de 2016

(Zulia) El pequeño “Jef” y los silenciosos pasos del tumor que amenaza su vida

Un golpe en el estómago fue suficiente para que el pequeño Jeferson David Rosales Morales, de 3 años, comenzara a sentir los primeros síntomas de un gran tumor que, de manera sigilosa, creció dentro de su organismo hasta el punto de convertirse en una masa de casi medio kilogramo que amenaza no solo parte de su organismo, sino su corta vida.

Era la tarde del pasado 9 de septiembre del presente año. Jeferson, en compañía de sus dos hermanitos, Andrés Jesús, de 5 años y Pablo Jesús, de 9, salieron al frente de su humilde vivienda, ubicada en la calle 56 del barrio Altos de la Vanega, a jugar en el callejón asfaltado que comunica la casa con una cañada. Los tres, motivados por el aburrimiento que caracteriza a cualquier pequeñín, empezaron a corretearse unos a otros como entretenimiento; pero la alegría solo duró un par de minutos cuando “Jef” tropezó y se golpeó en el estómago con la carretera, reventando en un inconsolable llanto.

Ese inocente golpe despertó los síntomas de una masa que hacía mucho tiempo venía desarrollándose en su riñón izquierdo. Su nombre es ‘Tumor de Wilms’, “La forma más común de cáncer del riñón en la infancia y su causa exacta en la mayoría de los niños se desconoce”, según resaltan los especialistas.

Sin saberlo aún, “Jef” se regresó a su casa abrumado por un fuerte dolor que le invadió el tórax, estómago y su pierna izquierda y el cual lo obligó a aquietarse en la cama.

Sus dos hermanitos al darse cuenta de que el menor de los tres no se levantaba y se quejaba, le preguntaron qué le pasaba y entonces contestó: “me duele la barriga, me salió un chichote cuando me di con la carretera”.

Para ese momento, los tres niños estaban solos en su pequeño y deteriorado hogar, pues, la mamá, cuando el menor apenas tenía cuatro meses, se marchó de la casa y nunca volvió, quedando los tres hijos al cuido de su papá Pablo Rosales, de 54 años.

El señor Rosales, se había ausentado toda la tarde por estar en una cola de supermercado donde compraría un kilo de harina regulada para la cena. Al llegar a la casa, notó que dos de los niños salieron a recibirlo con alegría, pero el menor no, tras los abrazos, el par de hermanos le comentaron que a “Jef” le había salido una pelota en el estómago y por eso estaba acostado.

Rápidamente fue hasta la cama donde estaba su hijo a examinarlo. “Le pase la mano por las costillitas, por la barriga y pude notar que estaba inflamada, le pregunté qué había pasado y me dijo: pa’ estaba jugando afuera y me caí, la carretera me pegó duro ahí”, cuenta el papá a todo el que le pregunta.

No conforme con la explicación de “Jef”, Pablo levantó a su hijo lo vistió y lo trasladó al Centro de Diagnóstico Integral (CDI), de la barriada. Pero, luego de un par de exámenes, el médico de guardia le diagnosticó parásitos y lo mandó de regreso a la casa con 10 días de tratamiento para las giardias.

Durante ese periodo el dolor se intensificaba, la pierna dolía hasta el punto de no dejarlo caminar y el bulto a un costado de su estómago seguía creciendo.

“Al ver que se iban a cumplir los días del tratamiento y no había mejoras en mi hijo, un vecino me regaló para los pasajes y me fui al Hospital Chiquinquirá. Allá otros doctores lo vieron, descartaron lo de las lombrices y me le mandaron a hacer un ecograma”, explica el papá.

Entre familiares y allegados juntaron “real con real” y entregaron al padre 4 mil 500 bolívares para hacerle el examen al niño en una clínica privada.

La doctora que atendió a “Jef”, lo recibió con alegría, palpó con sus manos de experta la parte abultada de su estómago y procedió a realizar el ecograma. Miró aquí, examinó por allá, limpió el aparato, aplicó un poco de gel, volvió a mirar y no decía nada ante la espera impaciente del padre.

—Jefersito, ¿cómo te sientes?, preguntó la doctora como forma de entretener a su paciente.

—Me duele la pierna —recibió por respuesta— tengo tiempo que no juego con mis hermanitos.

Con la mirada puesta en el monitor, atónita y con semblante de preocupada volteó su rostro hacia el papá y le dijo: —Sr. Pablo, su niño está grave. Me lo va a llevar al Hospital de Especialidades Pediátricas mañana a primera hora, va a pedir a un doctor del área de oncología y le va a entregar esta orden.

Asustado por las palabras de la doctora, el padre preguntó: —Doctora, ¿qué es lo que vio, qué tiene el niño?

—El pequeño tiene una masa en su riñón izquierdo, es un tumor de Wilms, lo impresionante es que ha crecido demasiado, debe pesar medio kilogramo aproximadamente, sentenció.

Esas palabras fueron el detonante para que las lágrimas comenzaran a salir sin obstáculo alguno por los ojos de un padre desesperado, pobre y sin un empleo para afrontar un diagnóstico como el que le estaban dando al más pequeño de la casa.

“Yo ese día lloré mucho, me angustié, me pasó de todo por la cabeza y, en la casa le pedí a Dios que me ayudara con eso”, asegura.

Al siguiente día, un miércoles exactamente, Pablo y su hijo llegaron al Hospital de Especialidades donde fueron recibidos por los oncólogos. Allí pasó por otra ronda de especialistas, unos decían que debían operarlo, otros aseguraron que iban a tener que sacar el riñón afectado; sin embargo, los exámenes arrojaron que el tumor era de tal magnitud que abarcaba arterias importantes, por lo que descartaron la intervención quirúrgica inmediata.

Seis ciclos de quimioterapias es el tratamiento que enviaron los doctores para intentar que el tumor reduzca su tamaño y así poder extraerlo y, determinar a través de una biopsia si es o no cancerígeno.

“Los doctores me dijeron que es un 80 por ciento seguro que el tumor sea cancerígeno por sus características”, asienta el padre.

Requiere Actinomicina, Vincristina y Doxurrobicina

El pequeño “Jef” pasó 20 días hospitalizado, allí la fundación Amigos del Niño con Cáncer le donó los primeros dos ciclos de quimioterapias, pero para iniciar la tercera ronda, tres de los medicamentos no los tiene ninguna de las fundaciones que hacen vida en el hospital.
Ni para comprar una jeringa hay dinero

La necesidad se deja ver a la entrada de la pequeña vivienda en donde la única persona mayor que pudiera llevar el pan a la mesa es el señor Rosales, hipertenso, diabético, con un dedo del pie derecho recién amputado por la enfermedad y con tres niños que alimentar.

La casa destruida, sucia, paredes con manchas que son la prueba de que hace años no ven un retoque de pintura fresca. El techo de latas ahuecadas; en el cuarto, dos viejos y vencidos colchones matrimoniales ocupan el espacio; un televisor y un ventilador a punto de quiebre medio apacigua la calamitosa situación. El hueco del aire solo sirve para dejar entrar luz natural en el día y un poco de brisa en la noche.

El agua fría es un lujo en esta casa, pues la nevera se dañó hace mucho y solo quedó como la “casita de juguete” o escondite de los tres niños.

“A diario tenemos necesidades, los vecinos ayudan, me regalan dinero, mi familia también colabora con lo que puede”.

En la entrada de la casa yace un viejo carro dañado y polvoriento con el cual el padre de familia hacia el sustento de la familia pirateando en las rutas Sabaneta y Pomona. “Hace un par de años todo iba bien pero los repuestos comenzaron a aumentar demasiado, la escases también me llegó a la puerta y un día el motor dio el último viaje de su vida”, detalla, a precisión, Rosales.

Con este tema se escribirían páginas enteras de las necesidades que Pablo Rosales y sus tres niños viven a diario. La falta de comida, de medicinas y de estabilidad económica hunde sus vidas en este tiempo de crisis que atraviesa el país. Sumado a ello, la aparición del tumor en “Jef” y el pié diabético del papá, sería, en la mente de muchos, un motivo suficiente para echarse a la suerte del destino, más no así para este padre de familia quien asegura no tener dinero para costear lo mínimo que solicitan los hospitales al atender a un paciente. “No tengo dinero para una sola jeringa, mucho menos para costear las quimioterapias de mi hijo, pero sobra voluntad y fe en Dios para soportar hasta que algo bueno suceda”, afirma.

Para cualquier ayuda, económica, alimenticia o de medicamentos interesados pueden contactar a esta familia a los números 0424-649-0294 o también 0414-066-1819, parientes directos o a través de la cuenta en Instagram @ayudemosjuntosajeferson.










FUENTE: http://noticiaaldia.com

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