domingo, 6 de noviembre de 2016

La intimidad protegida de Tamara Adrián

Es archiconocida no solo por ser la primera transgénero en ocupar un puesto de diputada suplente en la Asamblea Nacional, sino también por su larga trayectoria como activista de los derechos LGBT. Sin embargo, poco se sabe de su vida privada. Celosa, no suelta prenda. Quizá esta entrevista, que coincide con la premier de Tamara, película de Elia Schneider que la toma como referencia, abra las puertas de secretos no compartidos

Conoció al amor de su vida en un funeral: Maqui Márquez, una joyera con hija. La niña, Andrea Ludovic, pronto tendría dos mamás. Antes de Maqui, su primera esposa la maleteó. Sus dos hijos, Mariano y María Emilia, no le hablan por haber asumido su identidad de género. Es que ella había nacido varón, se llamó Tomás, pero se sentía Tamara. Dios se equivocó en cuatro letras y olvidó agregar una más. Ella se dio cuenta de su diferencia a sus tres años. No imaginó que su vida inspiraría una película. No queda claro si se soñó tan exitosa como es hoy día. Pero seguro que no anheló tantos juicios públicos hacia su intimidad. Tamara Adrián, el seis de diciembre de 2015, fue mencionada en los medios de todo el mundo como la primera diputada transgénero de Venezuela. La notoriedad es un precio a pagar a cambio de la trascendencia.

A su futura esposa, con quien hoy suma casi 25 años de matrimonio, la invitó al teatro. Tamara sabe disfrutar del arte. “Yo estudié seis años de guitarra clásica y casi cinco años de piano”, comenta. En su casa ostenta una biblioteca repleta de derecho, filosofía, literatura, etc. “Yo iba a la Cinemateca de Caracas, en la Plaza los Museos de Bellas Artes. Me vi casi todas las películas clásicas entre bachillerato y comienzos de la universidad”. Alumnos que han visitado su casa destacan las obras de arte. Esos gustos por la belleza los heredó del hogar donde creció.

Pero no habla mucho al respecto. No con la prensa. Apenas aclara que su padre era abogado y por eso quiso estudiar Derecho. Su madre era ama de casa. A través de ella se dio cuenta de la sociedad en la que vivía. “Mi mamá terminó estudiando Farmacia. Por machismo. Mis dos tíos varones estudiaron Medicina, igual que mi abuelo. A mi mamá no la dejaron estudiar porque era mujer. Finalmente insistió tanto, que la dejaron estudiar lo que se llamaba la Escuela Normal; es decir, para ser maestra. Tuvo una gran frustración siempre. Cuando yo entré en la universidad, poco después se inscribió en Farmacia. Ya Medicina era complicado”. Su madre falleció antes de verla completar la reasignación sexual.

Su padre, ya viejito, sigue llamándola Tomás. No tomó consciencia de la transición. El señor se casó tres veces. En el primer matrimonio engendró dos hijos. Uno de ellos cogió las normas del Opus Dei: le quitó el habla a Tamara —su hermana— cuando dejó de ser Tomás. Las siguientes nupcias desembocaron en otros dos partos, de uno de ellos nació la futura diputada. Con su última esposa tuvo una niña, que es con quien mejor se lleva Tamara. “Tú puedes preguntar, que, como le digo a todos los periodistas, si yo no quiero responder algo no lo respondo y tú ni cuenta te vas a dar”. Las paredes de su oficina, en el bufete Adrián y Adrián Abogados Consultores, están cubiertas de estantes con libros. Tamara luce como una mujer de metal, que se desarrolló en la adversidad del fuego. Una de las chicas que trabaja en el despacho se muestra sonriente, coqueta, hasta que debe consultarle algo a Tamara. Los músculos de su rostro se tensan. Su jefa le responde con desgana, señalándole obviedades. Sí, es una mujer de metal.

Y con solidez plúmbea protege su intimidad. Orienta las preguntas personales hacia respuestas ligadas al activismo. No es casualidad que el 95% de las entrevistas que le hacen sean casi un calco. Su esposa detesta la notoriedad. Andrea no quiere hablar sobre su familia. De Tamara lo que más se repite es lo que se sabe. Es una transgénero que merece ser reconocida como una exitosa mujer.

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Nació en 1954. En 2005, habló de su infancia a El Nacional: “Cuando tenía nueve años era la bibliotecaria del colegio privado donde estudiaba. Reduje mi conflicto de forma instintiva hacia la lectura. No podía relacionarme con las niñas porque no me entendía como niña, no podía relacionarme con los varones porque no me entendía como varón”. También, sobre su adolescencia. “Empezaron los cambios hormonales, la masculinización del cuerpo. La presión social se agudizaba, los grupos eran simbióticos; todos los niños se visten, caminan, hablan, piensan igual. Nunca me aceptaron en ningún grupo”.

Se graduó Suma cum laude en Derecho en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Se vestía de forma ambigua: “Era una mezcla de hippie andrógino con detalles femeninos”. Partió a Francia. Hizo un doctorado en Derecho Mercantil en la Universidad París II. Pocos abogados en Venezuela presumen tal grado académico. Ella lo alcanzó en 1982. Por esos años buscó ayuda. La remitieron a una psicóloga lacaniana. Luego costosas sesiones, equivalentes a la mitad de su beca, la psicóloga publicó un libro sexista contra la transexualidad.

De vuelta a Caracas los prejuicios respecto a su apariencia ambigua pesaron más que sus destacadas calificaciones académicas, al momento de buscar trabajo. El tiempo haría justicia. En los 90 trabajó como asesora del Banco Central de Venezuela (BCV). Su carrera iría ganando prestigio. A cambio pagó un precio alto. Trató de vestirse de forma masculina, se dejó crecer la barba. Se casó.

Tres años duró el matrimonio o el fingimiento de la felicidad. El fruto fue dulce: dos hijos. Mariano, que hoy cuenta con 30 años; y María Emilia, de 27. Cuando fue imposible continuar con la máscara, su ahora ex esposa la dejó. Eso no fue lo más doloroso: “Mi ex se encargó, durante la niñez y la adolescencia de Mariano y María de hacer todo lo posible para separarlos de mí. Cuando llegan a su edad adulta, se dan cuenta de que las cosas no son como les contaron de chiquitos”.

La reasignación la inició a principios de los 90. Quitarse los pelos faciales fue engorroso: en esa época no había láser. La electrólisis feminizó su cara. “Viviendo en una sociedad complicada, en una familia complicada, en un trabajo complicado, se me planteaba imposible asumirme lo que soy”. Encontró ayuda en el Centro Bianco. Pasó por cada etapa del proceso de reasignación, que incluyó vivir por lo menos dos años haciendo todo como mujer. Previo a eso jugó a las dos identidades: en el trabajo se mal disfrazaba de hombre; en las tardes y los fines de semana usaba ropa de mujer. Un día fue a comprar un periódico vistiendo flux y corbata. El dependiente le preguntó: “¿Señorita, qué quiere?” Tomás entendió que ya no había forma de ocultar a Tamara. Inició el proceso que culminó en el 2002, en Tailandia, con la operación genital que llevó a cabo el doctor Suporn Watanyusakul.

En el 2014, en el programa que Shirley Varnagy tenía en Globovisión, Tamara declaró: “En la transición eres una especie de patito feo (…), pasas por una doble adolescencia (…). Eres objeto de agresiones, a veces verbales, a veces físicas”. Desde 1993 usa públicamente el nombre de Tamara. Lo adoptó porque, uno, a los cuatro años “una de las personas más bellas que he visto se llamaba así”; dos, debido a que guarda cierta consonancia con su nombre masculino; y tres, se identificó con el origen del nombre: datilera en un oasis.

El cambio de identidad sigue sin ser reconocido en Venezuela. En su cédula Tomás está impreso.

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En 1982 inició la docencia universitaria, en la UCAB. En 1986 arrancó en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Actualmente está jubilada de la UCAB y continúa ejerciendo en la UCV y en la Universidad Metropolitana. “La gente no sabe que yo le pago a la universidad por dar clases. Me deducen más de lo que me depositan”. Enseña porque es una forma de colaborar con su país.

Cita-2-Tamara

Lycette Scott empezó su carrera en la UCAB alrededor de 2003. Entraba como oyente a las clases de Tamara: “Era muy buena profesora, pero no era fácil”. De Tamara huían los alumnos flojos, que solo pensaban en pasar. Por el contrario, muchos de los más aplicados la buscaban. Fue madrina de varios grupos. Un compañero de Lycette recibió clases con Tomás en el inicio de la transición. Esa época pudo ser más tensa.

Lycette solo oyó algún comentario desagradable entre pasillos. Recuerda una vez que Tamara saludó con un beso en el cachete a un grupo de estudiantes. Uno de ellos, luego de que se alejara la profesora, exclamó: “Qué asco que este maricón me dé un beso”. Fue increpado por sus condiscípulos.

Este año, Óscar Quiroz vio una materia en la UCV con Tamara. Nunca ha escuchado palabras despectivas. “Como profesora le pondría un 16 de 20, por las complicaciones de ver clases con ella. Tiene una agenda muy ocupada. Siempre está asistiendo a cursos en el exterior, dando charlas, también tiene su compromiso en la Asamblea Nacional (AN). Sobre todo los viajes al exterior la hacen faltar a ciertas clases. Entonces las recuperamos los sábados y esas sesiones suelen ser más largas. ¿Las ventajas? Es una persona muy preparada. Está muy actualizada con todo. Es muy inteligente, innovadora, apasionada por su carrera”.

Aunque su caso es el más mediático, no es la primera transgénero en un parlamento. Michelle Suárez Bértora fue electa senadora suplente en Uruguay, en 2014. Anna Grodzka hizo lo propio en Polonia, en 2011. Desde ese mismo año, Carla Antonelli forma parte del parlamento español. Por alguna razón, la venezolana generó más ruido. Su vida ha despertado el interés de los medios desde hace más de diez años. Hasta inspiró a una cineasta.

Tamara, la película

Joel Novoa, profesional del cine al igual que sus padres, estudiaba Derecho en la Metropolitana. Allí conoció a Tamara Adrián. Le sugirió a Elia Schneider, su madre, que la contactara: notó que ambas tenían intereses en común. Elia investigó a la futura diputada. Le propuso a su esposo José Ramón Novoa, quien sería el productor, hacer un film.

Alrededor del 2011 empezó con las entrevistas: “Me impresionó y me conmovió su historia. Entendí que su lucha no estaba basada en el deseo de hacer la transición por capricho, sino que era una necesidad vital”. Quería basarse en la vida de Tamara para escribir una ficción: “Entrevisté a muchas personas trangénero. No me interesó nunca hacer una biopic o una imitación de Tamara. Sentía que aferrarme exactamente a los hechos reales me limitaba creativamente y quería tener libertad para crear junto a Luis Fernández —protagonista del film— un personaje y una historia con vida propia”.

Pero Elia, originalmente, no pensó en Luis para el proyecto. “Se lo propuse a Miguel Ferrari, pero tenía varios compromisos y no pudo hacerlo. Luego se lo propuse a Luis Fernández y no me quedó duda de que era la persona que podía interpretar a Teo-Tamara —el personaje ficticio que protagoniza la historia—, porque tenía todas las características que buscaba. Necesitaba a alguien que no solo cambiara su imagen exterior de hombre a mujer, sino que fuera capaz de entender lo que le pasaba al personaje interiormente”.

Cuenta Luis Fernández: “En el proceso de ensayos con Elia tuvimos claro en todo momento que yo construiría la mujer transexual que yo potencialmente sería si esa fuera mi identidad de género. Es un ejercicio que en el método Adler que maneja Elia se realiza con mis vivencias personales y mi imaginación transferidas al personaje, para ubicarlas en una realidad creíble. Mi Tamara es la mía”.

Tanto Elia como Luis fueron asesorados por Tamara. “Hay muchos momentos muy íntimos y privados que son indispensables para construir la realidad y las vivencias de un personaje. Entiendo que a raíz de extensas entrevistas con Tamara, Elia y Butazzoni —escritor uruguayo que colaboró en el libreto— construyeron una ficción inspirada parcialmente en su historia. Yo no tengo detalles de la vida íntima de Tamara, porque no es de mi incumbencia. Asumo el guion y el personaje como asumo todos mis trabajos actorales, los hago míos y construyo mi propia realidad. Si esta termina siendo parecida o no a alguien, si sucedió en realidad o es mera ficción, no es relevante para mí; y como dicen en los créditos de las películas, es pura coincidencia. Mi trabajo como actor es provocar la ilusión de que lo que el espectador ve es real”, vuelve el actor

Tamara ve el proyecto como parte de su rol de activista. La mujer que cuida con celo su privacidad, asumió el riesgo de que muchas personas crean que su vida es la que aparecerá en la pantalla. Un fin mayor demanda ciertos gastos. Luis cree que “su legado cambiará la historia y sentará importantes precedentes”. A ella le gustaría que el país en el que nació reconociera legalmente su identidad. Para que su pasado quede en paz quizá haga falta que su cédula cambie y que todos los que quieran puedan hacer lo mismo. A lo mejor eso que algunos llaman Dios no se equivocó en cuatro letras y olvidó agregar una. Puede que solo le diera un nombre erróneo, para que en su búsqueda se convirtiera en una datilera en el desierto.

FUENTE: Lizandro Samuel - http://elestimulo.com

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