lunes, 17 de octubre de 2016

(Opinión) Ferry

Por: Jesús Millán - Desde Puerto La Cruz.- Una de las cosas más esperadas en mi infancia, eran las vacaciones a Margarita. Los meses de agosto o septiembre eran parte de ese ritual, casi que religioso, en el que toda la familia se embarcaba en su carro rumbo a la isla.

A falta de puentes, buena era esa cierta comodidad que brindaban los venerables ferrys, que realizaban la ruta Puerto La Cruz-Punta de Piedras y viceversa, de lunes a lunes, con una puntualidad relativa, propia de estas tierras latinas en general, y orientales en particular, que hoy muchos extrañan.

Y la cuestión era una aventura a los ojos infantiles, pues los ferrys no se caracterizaban expresamente por su rapidez, sino que precisamente, el gozo del viaje, lo divertido, era pasar las 5 horas explorando a bordo de una embarcación que pacienzudamente iba recorriendo una ruta que para un chiquillo era poco menos que una expedición a lo “Indiana Jones”, a eso tan lejano que llamaban Margarita, donde ibas una vez al año, y con suerte hasta dos.

La otra opción de viaje, era embarcarse por Cumaná donde creo que había un único ferry que hacía el servicio, o si no, montarse en las famosas “chalanas”, donde incluido en el boleto, había aire fresco y mucha agua marina, muchísima hasta mojarte el alma, todo en un recorrido.

Parte de la diversión consistía en dirigirse lo más rápido posible a la entrada del inmenso ferry, trepar las escaleras y ubicarse en alguno de los niveles para guardar los asientos y esperar a papá que era el que se quedaba de último para meter el carro.

Ya cuando todos estábamos colocados en nuestros asientos, la advertencia era quedarse tranquilos cada quien en su puesto, pero pedirle eso a un grupo de niños en el colmo de la emoción por tamaña aventura, era simplemente inútil.

Al poco rato, ya andábamos rondando las cubiertas, correteando por los pasillos, y si se presentaba la oportunidad, hacíamos incursiones a la cubierta para apoyarnos en los barandales a ver las islas alejándose a medina velocidad en el mar; si había mucha suerte, podíamos ver maravillados los bancos de toninas que hacían competencias de velocidad con la nave en medio del recorrido.

En verdad no había prestado mucha atención a la situación de las embarcaciones, hasta hace pocos días que me acerqué al muelle.

Cierto, no es extraño ver los cascos de las embarcaciones abandonadas a lo largo del tiempo, pero el caso particular del Carmen Ernestina, verla me dejó un sabor amargo en la boca.

Era como esperar emocionado un viaje prometido que nunca partiría.

FUENTE: Jesús Millán - http://eltiempo.com.ve

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