domingo, 17 de febrero de 2013

50 años del secuestro del Anzoátegui

Hace 50 años un buque mercante venezolano navegaba hacia las costas de Brasil emulando al trasatlántico Santa María, que tiempo antes había realizado un recorrido similar con cerca de mil pasajeros. Ambas embarcaciones tenían mucho en común.
El Santa María había sido tomado por revolucionarios portugueses y españoles con la idea de denunciar las dictaduras de Francisco Franco, en España y de Antonio de Oliveira Salazar, en Portugal. El buque mercante venezolano Anzoátegui, había sido tomado por guerrilleros de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional y tenía como objetivo denunciar los atropellos del entonces gobierno de Rómulo Betancourt.

Máximo Canales, mejor conocido en estos días como Paúl del Río, su nombre original, había esperado 50 años para narrar la historia. Deseaba que le dieran la oportunidad para mostrar a la juventud de hoy, cómo los jóvenes de aquel 1963 quisieron conmemorar la batalla de La Victoria, con un golpe propagandístico contundente contra un régimen que sacrificaba estudiantes, campesinos y obreros, en una arremetida que sobrepasaba con creces a la tiranía anterior de Marcos Pérez Jiménez.

A Paúl del Río lo conseguimos en una oficina ubicada en la celda que ocupó por mucho tiempo en el antiguo cuartel San Carlos. Ante una pregunta para evocar sus recuerdos sobre esta acción, demostró tener hondos recuerdos sobre el hecho.

—Esta fue la primera acción realizada por las FALN. Se inició el 12 de febrero, por ser éste el Día de la Juventud. La mayoría de nosotros tenía apenas 20 años o menos. Yo tenía 19, y era el comandante militar de la operación.

—¿Cómo surge la idea?

—Wismar Medina Rojas era el primer piloto del barco. Su hermano estaba preso por haber participado en el alzamiento de Puerto Cabello, al que llamaron El Porteñazo. Fue él quien llevó la idea al Partido Comunista, pero no tuvo acogida. Cuando se lo plantea al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, inmediatamente es tomada para discutirla y analizarla dentro de la agrupación. Medina Rojas nos mostró los planos y allí elaboramos el plan.

—¿Cuántos participaron?

—Éramos 10, pero a uno de nosotros no lo dejaron subir al barco por ser negro y tuvo que quedarse. No recuerdo hoy su nombre, pero en aquellos tiempos había una discriminación racial acentuada y por ello no lo dejaron subir.

—¿Podría detallarnos el plan?

—Después de conocer los planos del barco discutimos la mejor manera de ingresar a la embarcación sin ser reconocidos. El piloto Medina nos llevó a bordo como invitados, tanto a nosotros como a otro grupo, con la idea de hacer conocer la embarcación y su funcionamiento. Llevábamos unas maletas con armas y uniformes que pasaron como el equipaje del piloto y una vez que terminó el recorrido, y aprovechando el cambio de guardia, Medina nos escondió en un camarote hasta que estuvimos en alta mar.

—¿Hubo alguna violencia?

—En ningún momento. Todo se presentó de la manera más pacífica posible. Habíamos bautizado la operación con el nombre de Alberto Rudas Mezones, un compañero de estudios que había matado la Digepol en una manifestación por la ruptura de las relaciones diplomáticas con Cuba. Wismer Medina Rojas era el comandante de la operación, yo era el comandante militar y Rómulo Niño el comisario político. Logramos apresar a todos los oficiales del barco en el desayuno. Les explicamos el porqué de nuestra acción y, al parecer, entendieron nuestro objetivo. Los tratamos lo mejor posible, tanto a ellos como al operador de radio y al telegrafista, a quien le aseguramos que conocíamos las claves Morse utilizadas para su trabajo, con el fin de que no enviara información.

—¿En manos de quién quedó el barco?

—El piloto Medina se había encargado de introducir un piloto de experiencia con el fin de colocarlo en la sala de máquinas y evitar con ello que se realizara alguna maniobra por parte de los operarios. Nuestro rumbo se trazó con antelación. Era el mismo usado por el trasatlántico Santa María en 1961. Lo habíamos decidido así, porque a los miembros de aquella operación los habían asilado en Brasil.

—¿Cómo conocieron los detalles del Santa María?

—Con nosotros estuvo Federico Fernández Ackerman, quien había participado en el secuestro del Santa María. Él fue el único en estar en los dos sucesos, lo cual nos ayudó mucho.

—¿Cuál fue la reacción del Gobierno?

—A los dos o tres días de estar nosotros en posesión de la nave, el comando de la FALN suministró a los periódicos la información, la cual incluyó nuestras fotografías sin capuchas. Yo me hice llamar Máximo y luego me coloqué el apellido de mi madre, Canales. Por cierto que ella no sabía lo que yo hacía y cuando las FALN le informaron la situación se sintió orgullosa, porque provenía de la guerra civil española. Ella era antifranquista. El Gobierno, cuando nos detectó, envió contra nosotros dos fragatas; la primera se quedó varada por desperfectos, y la otra apenas pudo llegar a Margarita.

—¿Navegaron sin contratiempos?

—Al quinto día de navegación vimos aparecer un avión que reconocimos como de la Marina de Guerra estadounidense. Era un B26 y pasó rasante, quizás con la intención de identificar la embarcación. Poco después eran dos B26 que nos ordenaban virar el rumbo y dirigirnos hacia Puerto Rico. No hicimos caso de los mensajes, por lo que nos dispararon cohetes a los lados con el fin de amedrentarnos, pero continuamos. Luego nos dispararon delante de la proa, pero continuamos hasta avistar la desembocadura del río Amazonas y nos introdujimos por uno de sus caños.

—¿Allí dejaron de perseguirlos?

—Estábamos en territorio brasileño y para evitar encallar, detuvimos las máquinas y esperamos la llegada de las autoridades de ese país. Nuestra meta era llegar a Belén de Pará, pero por la persecución nos quedamos en la isla Amapá. Allí, en un cayuco llegaron los policías del pueblo con quienes entablamos una conversación, pero sin entregar nuestras armas. Ellos nos dijeron que llegaría la Armada de ese país, por lo cual esperamos. Ante el oficial que comandaba la embarcación dejamos las armas y fuimos conducidos a Belén de Pará y al día siguiente nos llevaron en avión a Brasilia y de allí a Río de Janeiro. Habían gestionado en ese tiempo nuestro asilo político y pocos días después se nos dejó en entera libertad. Exactamente al día siguiente del carnaval de ese año.

La labor se había realizado en 8 días, cuenta Del Río. El objetivo se había logrado, porque la ONU dio a conocer el documento para denunciar al gobierno de Betancourt. Los integrantes del grupo fueron recibidos en el Primer Congreso de Solidaridad con Cuba, en Niteroy. Allí se reunieron con Alberto Lovera, Héctor Mujica, de Venezuela, con Luis de la Puente Uceda, de Perú, entre otros. De allí pasaron a Cuba, se entrevistaron con el Che y regresaron a Venezuela por Colombia para mostrarse en los medios anunciándole al Gobierno que estaban prestos a continuar la lucha.

FUENTE: IGOR GARCÍA - http://www.ciudadccs.org.ve

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